martes, 24 de octubre de 2017

Podemos Lamentar

Podemos Lamentar

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Nadie nos prometió un camino fácil.  Eventos como la balacera en el Hospital Roosevelt perpetrada para liberar a un criminal y que costó la vida de 7 personas y puso en riesgo a incontables más, llena nuestros corazones de frustración, indignación, rabia e impotencia.  Son sentimientos propios, humanos y necesarios ante la impotencia de no encontrar soluciones de fondo y de alcance largo y ancho para los problemas que nos aquejan a diario.
El cristianismo evangélico que se respira en Guatemala, ha sido muy influido por las corrientes de la falsa teología de la prosperidad y por la corriente filosófica del “nuevo pensamiento“.   Adicional a esto, hemos caído en graves errores teológicos al abrazar como válidas las propuestas que –solapadas en historias bonitas– autores como Paul Young (“La Cabaña”) nos hacen acerca de la naturaleza y el carácter de Dios que nos alejan de la verdad bíblica, histórica y ortodoxa.
El resultado de toda esta influencia ha dejado a la iglesia evangélica sin respuestas al problema del mal y el sufrimiento.  Sin un marco de referencia sólido, profundo y consistente con la Escritura, es muy difícil traer consuelo, restauración y esperanza a situaciones que como lo que sucedió ayer en el Hospital Roosevelt no tienen -y quizás no necesitan porque sería peor saber por qué– una explicación satisfactoria.  El papel redentor del sufrimiento no hace sentido en un evangelicalismo sustentado sobre “El Lado Positivo del Fracaso” y “Su Mejor Vida Ahora“.
Adicional a esto, el contexto mediático en el que vivimos, constantemente bombardeados de la última información -verdadera y/o falsa- a través de las redes sociales y distintos medios digitales profesionales y amateurs, termina entumeciéndonos al mismo tiempo que llena nuestros corazones de enojo.  En su libro “Compasión” -originalmente publicado en 1982-, Henri Nouwen, Donald McNeill y Douglas Morrison nos llaman a la reflexión:
“La pregunta es, será que estas altamente sofisticadas formas de comunicación y este aumento en la cantidad de información nos llevan a una solidaridad y compasión más profundas? Es muy cuestionable.
¿Podemos realmente una respuesta compasiva de los millones de individuos que leen los periódicos durante el desayuno, escuchan la radio camino al trabajo, y que ven televisión luego de regresar a casa cansados de su trabajo en oficinas o fábricas? Podemos razonablemente esperar compasión de los muchos individuos aislados que están siendo constantemente recordados en la privacidad de sus hogares o vehículos de lo vasto del sufrimiento humano?
Parece asumirse de manera general que es bueno que las personas sean expuestas al dolor y sufrimiento del mundo.
/…/
Podríamos preguntarnos, sin embargo, si la comunicación masiva dirigida a millones de personas que se experimentan a sí mismas como pequeñas, insignificantes e impotentes, realmente no hace más daño que bien.  Cuando no hay una comunidad que pueda mediar entre las necesidades mundiales y las respuestas individuales, la carga del mundo solo puede ser una carga trituradora.  Cuando los dolores del mundo son presentados a personas que ya están abrumadas por los problemas en su pequeño círculo de familia o amigos, ¿cómo podemos esperar una respuesta creativa? Lo que podemos esperar es lo opuesto a la compasión: entumecimiento y enojo.
La exposición masiva a la miseria humana nos lleva frecuentemente al entumecimiento psicológico.  Nuestras mentes no pueden tolerar el constante recordatorio de cosas que interfieren con lo que estamos haciendo en el momento. /…/ Si dejamos que el contenido completo de los noticieros entre hacia lo más profundo de nosotros, estaríamos tan abrumados por lo absurdo de la existencia que nos paralizaríamos.
/…/
La exposición a la miseria humana en una escala masiva puede llevarnos más allá del entumecimiento psicológico hacia la hostilidad.  Esto puede parecer extraño, pero cuando mientras más de cerca vemos la respuesta humana a información perturbadora, nos damos cuenta que la confrontación con el dolor humano tiende a generar enojo en lugar de preocupación por los que sufren, irritación en lugar de simpatía e incluso furia en lugar de compasión.  El sufrimiento humano, que nos llega de una manera y en una escala que hace casi imposible el poder identificarnos con él, evoca con frecuencia sentimientos negativos muy fuertes. /…/ Cuando ya no somos capaces de reconocer a quienes sufren como seres humanos, su dolor evoca en nosotros más disgusto y enojo que compasión.
/…/
La pregunta es, entonces, ¿cómo podemos ver el sufrimiento en el mundo y ser movidos a compasión de la manera en que Jesús fue movido cuando vio a la multitud sin qué comer (Mateo 14:14)? Esta pregunta se ha vuelto muy urgente en un tiempo donde vemos demasiado y somos movidos muy poco.

Gracias a Dios, en Su infinita sabiduría, bondad y misericordia, no se nos ha dejado solos ni vacíos.  En medio del error e incoherencia teológica y su praxis, podemos confiar en lo que Jesús nos prometió: El cielo y la tierra desaparecerán, pero mis palabras no desaparecerán jamás.” (Mateo 24:35, NTV)  Es en ese contexto que hoy, para nosotros los cristianos guatemaltecos, es importantísimo rescatar un cuerpo importante del texto bíblico y una práctica que se nos ha legado a través de la Palabra que necesitamos pero hemos olvidado: el lamento.
En Su Palabra, Dios nos dejó libros como Lamentaciones, y los profetas menores (Miqueas, Habacuc, Amós, Joel, Abdías, Nahúm, Sofonías, Hageo, Zacarías, Oseas y Malaquías) y los 14 Salmos de Imprecatorios y de Lamento (6, 32, 35, 38, 51, 69, 83, 88, 102, 109, 130, 137, 140 y 143) a través de los cuales podemos dar voz a nuestra indignación, frustración, tristeza, congoja y despesperanza de manera abierta, franca y sin rodeos delante de un Dios que escucha, que nos acompaña a tal punto de caminar con nosotros el valle de sombra de muerte (Salmo 23) y aún más allá de eso, hacerse uno de nosotros (Juan 1).
Esta es la esperanza…¡PODEMOS LAMENTARNOS CON LIBERTAD Y HONESTIDAD DELANTE DE DIOS! Es bueno, es sano, es NECESARIO.  El lamento delante de Dios es quizás la expresión más profunda y humilde de fe que, paradójicamente, nos permitirá ver con renovadas fuerzas y esperanza, el futuro.
En su libro “The Political Disciple“, el Dr. Vincent Bacote nos llama a la reflexión:
“…la frustración común acerca de la lentitud del cambio nos revela una verdad teológica importante: los ecos de la caída están alrededor nuestro y de manera rutinaria sabotean nuestras mejores intenciones, ya sean personales, públicas o políticas.  /…/ Y hemos de ser claros de que el pecado tiene implicaciones más allá de las personales; tiene manifestaciones estructurales que dejan el mal allí o lo reintroducen nuevamente a la vida pública.
/…/ debemos encarar la dura realidad de que no podemos manejar fácilmente la dirección de la sociedad (aún si llegamos a tener mucho poder), y que no podemos siempre discernir cuál es el mejor camino para una buena sociedad.”
/…/
“Propongo la práctica del lamento para encarar la frustraciones naturales a la práctica de la vida pública porque esta es una forma en que los cristianos pueden agresivamente decir la verdad acerca del dolor en el corazón que el mundo nos causa.”
Reflexionemos sobre estos textos:
Mi vida está llena de dificultades,
y la muerte se acerca.
Estoy como muerto,
como un hombre vigoroso al que no le quedan fuerzas.
Me han dejado entre los muertos,
y estoy tendido como un cadáver en la tumba.
Soy olvidado,
estoy separado de tu cuidado.” (Salmo 88:3-5, NTV)
“Lloré hasta que no tuve más lágrimas;
mi corazón está destrozado.
Mi espíritu se derrama de angustia
al ver la situación desesperada de mi pueblo.
Los niños y los bebés
desfallecen y mueren en las calles.
 
Claman a sus madres:
«¡Necesitamos comida y bebida!».
Sus vidas se extinguen en las calles
como la de un guerrero herido en la batalla;
intentan respirar para mantenerse vivos
mientras desfallecen en los brazos de sus madres.” (Lamentaciones 2:11-12, NTV)
¿Sabíamos que podíamos hablarle a Dios de esa forma? Y es justo en ese punto, cuando podemos encontrarnos con Dios de una forma que nunca antes habríamos podido imaginar:
“Recordar mi sufrimiento y no tener hogar
es tan amargo que no encuentro palabras.
Siempre tengo presente este terrible tiempo
mientras me lamento por mi pérdida.
No obstante, aún me atrevo a tener esperanza
cuando recuerdo lo siguiente:
 
¡El fiel amor del Señor nunca se acaba!
Sus misericordias jamás terminan.
Grande es su fidelidad;
sus misericordias son nuevas cada mañana.
Me digo: «El Señor es mi herencia,
por lo tanto, ¡esperaré en él!».
 
El Señor es bueno con los que dependen de él,
con aquellos que lo buscan.
Por eso es bueno esperar en silencio
la salvación que proviene del Señor.
Y es bueno que todos se sometan desde temprana edad
al yugo de su disciplina:
 
que se queden solos en silencio
bajo las exigencias del Señor.
Que se postren rostro en tierra
pues quizá por fin haya esperanza.
Que vuelvan la otra mejilla a aquellos que los golpean
y que acepten los insultos de sus enemigos.
 
Pues el Señor no abandona
a nadie para siempre.
Aunque trae dolor, también muestra compasión
debido a la grandeza de su amor inagotable.
Pues él no se complace en herir a la gente
o en causarles dolor.” (Lamentaciones 3:19-33, NTV)
“Pero sigo orando a ti, Señor,
con la esperanza de que esta vez me muestres tu favor.
En tu amor inagotable, oh Dios,
responde a mi oración con tu salvación segura.
Rescátame del lodo,
¡no dejes que me hunda aún más!
Sálvame de aquellos que me odian
y sácame de estas aguas profundas.
No permitas que el torrente me cubra,
ni que las aguas profundas me traguen,
ni que el foso de la muerte me devore.
 
Contesta a mis oraciones, oh Señor,
pues tu amor inagotable es maravilloso;
cuida de mí,
pues tu misericordia es muy abundante.
No te escondas de tu siervo;
contéstame rápido, ¡porque estoy en graves dificultades!
Ven y rescátame,
líbrame de mis enemigos.” (Salmo 69:13-18, NTV)
Estoy consciente de que estas propuestas no satisfarán a muchos -sepan que cuando se cansen y el enojo y la frustración los quieran hacer desistir, siempre en la Palabra de Dios habrá agua viva nueva y fresca lista para ustedes-.  Hay decisiones concretas que deben tomarse y soluciones puntuales que debemos encontrar a los problemas que quedaron evidenciados.  Sin embargo, necesitamos urgentemente el tiempo de parar, lamentarnos, llorar y al contemplar a Aquel que sufrió hasta el extremo de la muerte por nosotros, podamos con renovadas fuerzas y esperanza, levantarnos mañana y dar un paso más hacia adelante…aunque cueste, aunque duela….porque valdrá la pena.

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